Quien lo creyera, de
la mano de un desvergonzado fiscal, el supremo permitió que se volviera a
hablar de Juan Carlos Martínez, pero no como se quería que fuese, el deseo era encontrar en páginas de
periódicos como El País de Cali o El Tiempo de la paramuna Bogotá, o del top
rating noticioso RCN, o de la encopetada WRadio de “Julito no me cuelgues”, tal
cual como atiborran las pantallas y las ondas hertzianas para enrostrarle sus
desventuras, la noticia de
la contundente prueba contenida en audios de donde se deduce que contra Martínez se ha urdido una gran
madeja de testimonios falsos en el proceso por narcotráfico que se inventaron
vetustas élites vallunas para que lo detuviesen y no los barriera en las
elecciones atípicas para gobernación del Valle de junio pasado; madeja que al
final no es ni grande, sino que sus jueces, venales y politizados, alentados
también por el establecimiento y sus actuales regentes, adrede y sin pudor alguno, erigen
sobre esos precarios, pírricos y
cuestionados aportes testimoniales todo un, según ellos, portentoso obelisco,
pero de icopor y con bases de lodo, para buscar su condena y sacarlo de
circulación a como de lugar. Pues sucedió, contra todo pronóstico un
hombre para quien la toga debe ser la “vuelta” que en tierras costeñas se le
dice al amarre que del
cabello en su cabeza hacen las mujeres sujetándolo con pinzas, le dio por
sostener que a un bandido, quien
ya ha sido condenado por falso testimonio y extorsión por orquestarle delitos y
pedirle dinero para no hablar de ello a congresistas; que en audios está colectado que
estaba invitando a otro individuo de su ralea a incriminar mentirosamente al
exsenador en escenarios delictuosos; que el mismo fiscal general lo enroló como
miembro de primer orden del cartel de testigo, en este caso, en este único caso, el
de Martínez, había que creerle, y le ratificó la acusación por narcotráfico,
que la defensa, en justicia, había pedido se revocase. Increíble, la noticia
era otra, viendo esto, que nos cojan confesados.
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