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martes, 8 de mayo de 2012



A propósito de la anacrónica, antidemocrática y teleológicamente excluyente artimaña de Santos, su Unidad Nacional y la aquiescencia que este comistrajo ha despertado entre algunos oligarcas viudos de poder y uno que otro calandraco arribista de la parroquia vallecaucana, vuelvo a mostrarles este escrito del 2005 de Alejo Vargas. Lean,juzguen y saquen ustedes sus propias conclusiones.

 El unanimismo: antagonista de la democracia.

Con frecuencia hay ciertas opiniones que, de pronto con buenas intenciones, predican que se debe buscar la unidad nacional, unirnos para enfrentar los problemas y a renglón seguido anotan que quién no se sume a estas campañas son considerados desleales o les hacen el juego a los enemigos de la patria –palabra en ocasiones usada para suscitar nacionalismo extremo, que raya con la intolerancia-.

En este tipo de manifestación hay implícita una manera de concebir la democracia, como la búsqueda de consensos y la eliminación de la diferencia y eso por supuesto contrasta con entender la democracia como el ejercicio por excelencia de la controversia entre opiniones diversas, por los mecanismos de la argumentación y por supuesto con un acuerdo fundamental: la no-utilización de la violencia para imponer una tesis o para ganar una elección. Ahora bien, en ocasiones la eliminación de la diferencia se realiza de manera sutil: se predica la importancia de las posiciones diversas se hace la apología del conflicto (insisto, en señalar que conflicto no es sinónimo de violencia) y la importancia de que se exprese, pero en la realidad éste no lo puede hacer, porque los medios de comunicación tienden a invisibilizar las opiniones diversas, las tesis conflictivas y contribuyen a construir atmósferas de unanimismo alrededor de determinadas posiciones.

Son dos manera de entender la democracia, la que limita el debate al considerar que deben primar las posiciones unánimes y descalifica y en ocasiones llega a satanizar a los oponentes o a quienes no aceptan los unanimismos; la otra, privilegia la expresión de diversas opiniones, estimula la controversia, reconoce al adversario y acepta las reglas democráticas para definir mayorías y minorías, pero respetando a quienes en cada debate resultan perdedores, es decir las minorías.

Esto igualmente tiende a predicarse para los partidos políticos y entonces se dice que lo importante no es el debate de posiciones político-ideológicas, sino la mecánica que produzca como resultado ‘unidades aparentes’, como si lo fundamental fuera solamente aparentar fortalezas donde no existen o suponer acuerdos donde existen profundas diferencias. Por supuesto que en los partidos no tiene porqué haber posiciones uniformes, pero por eso mismo se debe estimular la democracia, que no es otra cosa que el debate interno de posiciones, la controversia y finalmente la decisión por el mecanismo de mayorías y minorías al interior de los órganos establecidos en los partidos y no los acuerdos de elite que buscan o pretende manipular la vida interna de estas organizaciones.

Igual sucede con el alcance que se le da a la democracia: para unos se trata de ritos electorales periódicos y de la existencia de cierto multipartidismo, es decir, la democracia sólo remite a la escogencia de los gobernantes, posiciones, que la sitúan solamente en la dimensión institucional de lo político asemejándose a las llamadas democracias no liberales, como las denomina Juan Gabriel Tokatlian en uno de sus últimos libros, siguiendo a Zakaria, “sobre la democracia no liberal, ésta se caracteriza por tener elecciones periódicas, competitivas y pluripartidistas, aunque carece de los pilares básicos del Estado de derecho, es decir, el real imperio de la ley, la efectiva salvaguardia de libertades y derechos fundamentales y la estricta separación de poderes”. Hay otras posiciones que predican la importancia de la equidad, del carácter redistributivo de las políticas públicas, de la prioridad de los derechos económicos y sociales; claro, a estas posiciones se les califica inmediatamente de populistas y en esa medida se consideran nocivas y tienden a ser o bien desconocidas o descalificadas de plano. De nuevo el conflicto, como expresión de posiciones diversas y que enriquece la democracia, es banalizado o simplemente ocultado.

* Alejo Vargas Velásquez.

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